domingo, 13 de enero de 2019

DETALLES DICE ADIÓS

Creo que ha llegado el final del ciclo, son ya seis años desde que empecé a fijarme más en los detalles. En este blog me he dejado el alma en más de una ocasión, he querido compartir con todos vosotros aquello que sentía con la seguridad de que muchos lo hacíais también. He vomitado sentimientos, sensaciones, frustraciones y carcajadas en algunos casos. Me he desnudado sin miedo ni pudor ante todo aquel que ha querido pasarse por aquí en alguna ocasión o con asiduidad.

Detalles os dice adiós, yo un hasta pronto. Hace unas semanas alguien me dijo “nunca digas adiós, Ana”. Hay veces que es necesario hacerlo y esta es una de ellas. Me siento en la obligación de cerrar ciclos, hace muchos años que no lo hago y creo que ha llegado el momento de cambiar de rumbo.

Quiero que salgan y se manifiesten esas nuevas ilusiones e inquietudes que rondan mi cabeza desde hace tiempo. Debo de avanzar, salir de la zona de confort y respirar hondo. Necesito parar y ver y sentir limpio y querer sonreír como antes, como siempre.

Gracias es decir poco, a todos los que me habéis acompañado en estos años. Espero que en más de una ocasión mi desnudez os haya servido para mirar la vuestra. Espero que hayáis sonreído más de una vez al leerme. Deseo que os hayáis hecho más de una pregunta a vosotros mismos al mostrarme ante vosotros.

Y ahora debería de terminar con una de esas frases de crecimiento personal que tanto me gustan, pero no se me ocurre ninguna lo suficientemente buena. Esperad, que no estoy viendo la pantalla clara ahora mismo...

Jamás renuncies a ser felices. Leer esto en voz alta y nunca lo olvideis “Vivir, sigue siendo la consigna”.

Un beso y abrazo con sonrisa a cada de vosotros, a todos.

sábado, 12 de enero de 2019

LA VIDA APREMIA

Esta tarde he estado en el bingo yo sola. ¡Menuda experiencia! Y a dos números me he quedado de que me tocara el bingo lento de dos mil pavos. ¡Ah! Os preguntáis qué es eso del bingo lento ¿eh? Pues hij@s, la palabra lo dice, lento. Cantan las bolas con calma y el motivo es que como es especial la gente compra mínimo tres cartones. Y si cantas antes de la bola 50, pues en vez de dos mil te llevas tres mil ochocientos boniatos. ¡Para no ir lento!

Yo creo que me he sentado en la mesa equivocada pero es el que un camarero de sala (¿se dirá así?) me ha presionado un poco y se me ha debido de descolocar algo cósmico porque yo iba convencida de triunfar.

La media de edad rondaba los setenta y seis años. Ellas eran las que mandaban en las mesas y algún varón saltedado como el champiñón también había. Me ha dejado muerta la agilidad de los vendedores de cartones y varios caballeros con traje y pinganillo en el oído, controlándolo todo.

No sufráis, me he jugado solo diez eurillos, hubiera preferido tomarme cuatro birras pero no ha sido para tanto y me he divertido. Es lo que tenemos los escritores, siempre buscando personajes.

Cuando salía, sin dejar de mirar a todas partes y fotografiando visualmente escenas de las mesas he visto a un tipo joven, el único junto con una veinteañera que estaba sentada con la que parecía ser su abuela. El joven en cuestión llevaba puesto un chándal azul y gris, era delgado y se colocaba sus gafas con lo que parecía ser un tic. Su expresión era algo desesperada, con mezcla de tristeza y soledad. He pensado entonces que quizá sabía que a esa hora los bingos eran lentos y por lo tanto los premios tenían cuatro cifras. Quizá habría sacado de su bolsillo ese arrugado billete de veinte euros que horas antes, en su casa, habría mirado una y otra vez intentando que le hablara diciéndole que era el de la suerte. Ese billete con el que podría comprar comida para unos días o podría desvanecerse en un rato de números cantados.

No sabré qué ocurrió con ellos pero esa imagen revelada ya en mi cabeza me ha hecho pensar caminando hacia mi casa. El juego, los horóscopos, las videncias... Todos necesitamos en algún momento de nuestras vidas una señal, unas palabras, un gesto sobre nuestro presente y futuro. Todos necesitamos aferrarnos a una esperanza de que las cosas van a cambiar e irán mejor. ¡Qué débiles somos! Llevo unas semanas leyendo por curiosidad todos los horóscopos y vienen a decir lo mismo. Una semana son Aries, Virgo y Acuario los que triunfarán en el terreno laboral y a la siguiente parece que les toca a Libra, Piscis y Capricornio. Escucho a mi alrededor todos los días como los presentimientos de algo bueno florecen y alguna recomendación de una vidente que acierta en todo.

Llegando a casa, me tropiezo con aquellos que están saliendo de una iglesia cercana, han ido a misa. Y no puedo más que sonreír. Estos han rezado, pedido perdón por sus pecados y confían en que sea Dios quien haga el milagro. Quien sabe, es posible que aquel joven de chándal azul y gris del bingo termine esta tarde pidiéndole al Señor explicaciones de su desgracia al tiempo que se lamenta por haber estirado aquel billete, jugarse diez cartones y comprobar que su vida le apremia mucho más que aquel bingo lento.







viernes, 4 de enero de 2019

LA TRISTEZA DE UNA DUDA

Sentada en el asiento trasero del taxi le indica al conductor por dónde ir hacia su casa. Ha sido una noche de risas y cariño. De recuerdos compartidos y planes futuros. Los amigos son infinitamente importantes para ella. Son sus cimientos, sus bastiones, los que la arropan y la escuchan, los que comparten y nunca se alejan.

Pero esa noche ella está triste, su mirada se pierde a través del cristal en una ciudad repleta de luces de colores que esperan con nerviosismo la llegada de los Reyes Magos de Oriente. Su gesto, sus ojos, su expresión hablan por sí solos. Y se pregunta cómo es posible que alguien sea capaz de pensar que ella es mala persona. Siente el dolor que le produjeron aquellas palabras hace unos días y no llega a entender el motivo si ella tan solo lo que hizo fue mostrar su decepción y por qué no, su enfado. ¿No tengo derecho a expresar como me siento? ¿Tengo la obligación de mostrarme siempre complaciente y comprensiva? Y ¿quién me comprende a mi? ¿Quién piensa en mi? Se pregunta indicando al taxista que ya están llegando a su destino.

Sale del coche cabizbaja deseando buena noche a aquel joven tímido y educado que le da las gracias. Saca las llaves y busca la más larga, la que abre la puerta del portal. Subiendo las escaleras se pregunta qué es lo que hace mal. Una, dos, tres vueltas a la llave y entra en su casa. Ya en el cuarto de baño se mira en el espejo y en voz alta pregunta: ¿Cómo fuiste capaz de llamarme mala persona? Nada podrías haber escrito que me hiciera mas daño. Como pudiste después de todo...

Ya en la cama siente esa angustia que produce el dolor de algo injusto. Y otra vez más se quedará sin vaciar el cajón de las cosas no dichas. Y de nuevo intentará que el sueño llegue a pesar de las lágrimas. ¿Mala persona? Como pudiste.

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